Por Jean Portugau
Mi viejo me solía decir “lo escrito hace historia…pero las historias son de barro”, hoy en una nueva fecha que nos recuerda a Artigas (aunque en estos últimos tiempos es recordado con mucha frecuencia por distintos partidos políticos), quiero compartir alguna de esas historias de barro, que me hubiera gustado conocer de niño, en relación al prócer y su flia.
Ignacia Xaviera Carrasco casada con Juan Antonio Artigas Ordovas, fueron sus abuelos, llegaron a Montevideo entre los primeros pobladores, aunque Juan Antonio, ya conocía la Banda Oriental. Nuestro territorio, tardíamente poblado por los conquistadores, fue durante el siglo XVIII el refugio de varios de los pueblos originales. Si bien era un espacio de frontera entre españoles y portugueses, también era un lugar propicio para negocios fuera de la ley, y probablemente por eso mismo, fue tardíamente ocupado. Una gran pradera, fértil con aguadas generosas y abundancia de ganado, que los Jesuitas llamaban, Vaquerías del Mar.
En costas de Rocha, a desembocaduras del arroyo Valizas, un personaje de leyenda, hacia negocios fuera de aduana, con quien quisiera hacerlos, se le conoce como el pirata Etienne Moreau. Presuntamente otrora integrante de la armada francesa, luego de ser expulsado del Rio de la Plata, se va rumbo a las costas Oceánicas, azotando cuanto buque se le cruzara. Tenía un negocio de cueros con los nativos en Valizas, en un pequeño campamento.
Esta primer “historia de barro” la leí como novela en El Señor de la Niebla , de Alejandro Paternain. En la misma, el autor nos cuenta como un joven oficial Juan Antonio Artigas, es parte de una de sus presuntas muertes. Encomendados por Zabala, llegan en partida militar, en viaje desde Buenos Aires, al lugar del campamento, atacándolo. En su reporte posterior, lo dan por muerto, aunque anotan que el cuerpo del bandido fue transportado en bote hacia el buque, lo cierto es que existen por lo menos tres reportes de la muerte del pirata, en fechas diferentes, el fantasma que siempre vuelve.
El mismo Juan Antonio, ya nombrado Alcalde Provincial de Montevideo (cargo que también desempeño Martin José, el padre de Artigas), es el encargado de negociar exitosamente, con el cacique Guenoa-Minuan, Tacú, el cese de hostilidades de los nativos hacia la reciente ciudad. Esa relación tuvo una relativa fluidez, ya que en ocasión de la muerte de un nativo dentro de la ciudadela, Juan Antonio, prohíbe tocar el cadáver y el mismo va en busca de los pobladores originales, para que ellos traten a sus muertos, como lo entiendan. Este gesto de empatía, raro en su época, nos habla también de nuestro prócer, quien tenía una alta estima y profundo respeto por los nativos y sus costumbres. Esta segunda “historia de barro”, la leí de la mano de Jesualdo, en su libro Artigas. En homenaje a ese cacique Tacú, así quise llamar a nuestro segundo perro, cuestión que fue desechada por amplia mayoría, y este pequeño animal, que hoy tiene 7 meses, se llama Dante, en homenaje al perro de la película “Coco”. Y, aquello de “mi autoridad emana…” en esta ocasión quedo claramente demostrada.
Vamos al joven Artigas, José Gervasio, viviendo a su real saber y entender, prófugo de la justicia, con un amplísimo territorio recorrido y con muchísimos amigos, quizás varios descendientes de aquel Tacú. Su autoridad moral crece entre esa gentuza, nos cuenta Mariano de Vedia, en su libro el “Manuscrito de Mitre, sobre Artigas”, las peripecias de una patrulla que salió en su búsqueda. Al llegar la noche, sin noticias, duermen bajo un bosque. José Gervasio, “Pepe”, con ramas de árboles, libera los caballos y los espanta, dejando a los soldados para su vuelta a pie y sin tocarles ni un pelo. La partida regresa avergonzada y sin novedades.
En otro momento, Pepe, se asocia con un estanciero (Chatre, o Chantres, o Marques del Chatre), confinándole este el cuidado y traslado de sus tropas de ganado, sabiéndolo solo a él capaz de tales tareas, despreciando el servicio del ejercito, mientras su padre ocupaba por cuarta vez la alcaldía provincial, así no los dice Bauza, en su Historia de la Dominación Española en el Uruguay.
Tiempo después, en momentos del éxodo, y siendo un cronista de primera, en una de sus cartas a Buenos Aires, decía lo siguiente;
“Solo ellos pueden sostenerse a sí mismos: sus haciendas perdidas, abandonadas sus casas, seguidos a todas partes no del llanto pero si de la indigencia de sus caras familias”, expuestos a las calamidades del tiempo, “pobres, desnudos, en el seno de la miseria sin más recurso que embriagarse en su brillante resolución.”
“No se pueden expresar las necesidades que todos padecen expuestos a las mayores inclemencias sus miembros desnudos se dejan ver por todas partes y un poncho hecho pedazos, liado a la cintura es todo el equipaje de estos bravos orientales”.
Un hombre que vivió lejos de las capitales y que soñó con otras independencias, un hombre de barro, que amparó, vivió y peleó, con nuestros pueblos originales de igual a igual, sus abuelos vinieron en barcos, sus amigos no.