Italianos en Salto (Por el Arq. Ivón Grilli Castilla)

Italianos en Salto (Por el Arq. Ivón Grilli Castilla)

Una de las vertientes demográficas de inmigrantes en la población salteña.

INTRODUCCIÓN

El siglo XIX estuvo marcado por la independencia territorial de la casi totalidad de los estados del continente americano, iniciados a partir del siglo XV por parte de los conquistadores, como colonias europeas. Se trató del período durante el cual se produce la gran transformación institucional dentro del mapa político del “Nuevo Mundo”, realizándose en el mismo un cambio cromático importante. El continente pasará de ser reducto europeo a la supuesta vida independiente y autónoma, donde cada país involucrado se percibirá protagonista en la determinación de su propio destino y donde sus habitantes tendrán promesas de vida libre, dejando atrás la anterior categoría de colonia.

En este sentido existen dos hechos que resultan mucho más notorios en todo el proceso de la historia real, que son imposibles de soslayar y que tienen que ver con la legitimidad de las acciones emprendidas por la cultura occidental.

Por un lado se trata del grado de derecho que asumen los invasores para justificar el desplazamiento y sometimiento de los numerosos estados originales, nativos del continente, consolidados en su medio y en equilibrio dentro de estas tierras, con cultura propia, en algunos aspectos superiores a las del grupo de etnia blanca intrusa. En segundo lugar se desconoce la autoridad que provee la facultad de desarraigar, transportar e implantar a la fuerza a miles de africanos afincados en sus territorios propios desde tiempos prehistóricos, para transformarlos en mano de obra esclava, degradándolos so pretexto de una construcción ficticia y de control.

Un análisis sobre los hechos consumados hace ya tiempo, apareja una complejidad difícil de solucionar, por lo que se volverá sobre este tema más adelante cuando se haya comprendido el complicado desarrollo de la comunidad inmigrante, apuntalado por su historia propia.

Puede ser que no se comprenda el alcance de esta serie compleja de transformaciones operadas en el mundo occidental dentro del espíritu de cada persona integrada al colectivo -no obstante ello- sí se entiende lo que desde el punto de vista corporativo este panorama significó como transformación en el futuro juego político de las naciones en formación.

El debilitamiento del poder de la corona española -en parte como causa de la invasión napoleónica sobre la península ibérica- fue permitiendo a los movimientos emancipadores de los pueblos de las colonias, en los 4 virreinatos de norte y sud-américa, transformarse y obtener la autonomía propia.

Algo similar se produce con la conquista y colonización portuguesa y el Brasil.

Ante este acontecimiento significativo del cambio operado y su consecuencia en el orden socioeconómico de la población, se destaca el proceso demográfico aluvional que tuvo como resultado la gran migración.

LOS CAMBIOS DE LA TECNOLOGÍA

Se debe considerar que además de esta realidad de carácter político del nuevo mundo, el siglo XIX fue el testigo de otro fenómeno considerable: la Revolución Industrial, la importante transformación de la naturaleza de la técnica y la maquinización en favor de la prosperidad económica.

Junto a ella irrumpe en la escena europea un elemento detonante fundamental en el panorama del avance del transporte y las comunicaciones humanas, tanto terrestres como marítimas y fluviales: la caldera de vapor.

Este nuevo puntal tecnológico originado a partir de la ciencia, fuente de energía motriz autónoma y producto de la inventiva humana, posibilitó el gran desafío a los viajes de ultramar y facilitó los grandes desplazamientos de personas y cargas a través de los continentes en desmedro de los anteriores buques impulsados por el viento. Si bien ambos sistemas de propulsión convivieron durante un período regular, los “vapores” -así llamados- fueron a partir del 1860 los principales responsables del traslado de muchedumbres de inmigrantes que se movilizaron por el Atlántico desde una agotada Europa hacia la América atractiva, en crecimiento y supuestamente floreciente.

Semejante trasvasado poblacional operado durante este período no tiene precedentes y puesto en mayor o menor grado al alcance de las clases populares, la posibilidad de habitar en un sitio diferente significó en el colectivo generacional europeo un estímulo a la aventura.

En el siglo XIX ya no se trataba de un viaje a lo inexplorado, a la incierta beligerancia de la época de los conquistadores, sino a un cambio con expectativas de mejoramiento, pasar de un mundo a otro ubicado en un plano diferente, a la tierra que prometía -en la fantasía popular europea- el universo “dorado” del tesoro y de la abundancia.

Se trataba del presente real, promisorio de vida plena: “l’américa”.

Existe otro factor a considerar para comprender mejor el fenómeno de la emigración. En 1807 el parlamento británico impuso la abolición del comercio de esclavos de su reino, y si bien los países esclavistas continuaron con esta práctica siniestra, la marina inglesa se transformó en custodia del nuevo principio, con lo cual desde entonces en más, los capitanes de ultramar y sus compañías serían los responsables, por las personas y las cargas transportadas en sus naves. El desplazamiento de cada pasajero debía justificarse plenamente ante la sospecha de cualquier tipo de tráfico inaceptado por los países adherentes al nuevo principio humanitario. Quienes no hacían ese viaje por motivos de curiosidad turística precisamente, sino más bien obligados por una cuasi expulsión de los territorios de origen, no negaban su libre decisión ante este acto de expatriación voluntaria. La realidad en casi todos los casos se trataba de una última medida de supervivencia.

El concepto occidentalista involucrado en el nuevo mundo, durante el siglo XIX percibía al continente en cuestión, aún los apartados territorios de américa del sur, mucho más cercanos y accesibles que en la época del conquistador y el objeto de su poblamiento incluía necesariamente una voluntad de afincamiento mejor apropiada a la vida del inmigrante y a la aceptación de su desarraigo y reimplantación.

En el caso de los dominios al este del río Uruguay (la banda oriental) ya habían dejado de ser “las tierras de ningún provecho”, como las denominaba la conquista. La ganadería le había agregado en esos tiempos un valor suplementario y aunque no existían en ellas ni tesoros o riquezas para apropiarse de las culturas autóctonas, ni minas de metales preciosos como en el Potosí, existía en cambio, un cúmulo de potencialidades en su corteza feraz, rica en agua, nutrientes, sol, energía, y todo un orden en estado virgen dispuesto a recibir gentes de trabajo, mano de obra y esfuerzo personal, para transformar en bienes de confort a quienes estuvieren contestes con compartir la nueva tierra.

En este sentido el objeto de la migración supone una diferencia sustancial con respecto del período de la conquista. Ya no se trata de la ocupación de un territorio ajeno para explotarlo, sino de la utilización de una región del mundo, de escaso índice de ocupación, donde el lugar para el arraigo comienza a tener un grado de legitimidad diferente y donde compartir el sitio apropiado al trabajo adquiere un derecho universal compatible con la condición de todo ser humano a la posesión de un lugar en el universo.

AVENTURA O DESVENTURAS

Un sinnúmero de anécdotas testimoniales de viajeros de la migración da cuenta de las vicisitudes de episodios insólitos, desde las más trágicas donde temporales e incluso naufragios catastróficos interrumpieron la aventura, a las que en forma fortuita definieron el destino final de un arribo. (Un viaje promedio en buque de vapor tardaba 30 días aproximadamente en realizar la travesía desde Italia a la cuenca del Plata, mientras que su antecesor a vela requería de 50 jornadas para cubrir la misma distancia.)

Los barcos poseían generalmente 3 categorías de servicio. Por un lado la primera clase donde se observaba un especial lujo de instalaciones y atención con camarote independiente, servicio de mucamas, comedor, etc., reservado para grandes usuarios, personal diplomático, oficiales, empresarios, etc. En segundo lugar otra categoría inferior pero igualmente selecta como funcionarios, comerciantes o inmigrantes ya asentados que hacían viajes de retornos o de negocios, vinculados a firmas comerciales de Europa proveedoras o receptoras de insumos y materias primas. Tanto los pasajeros de primera como los de segunda tenían especial tratamiento en la atención del Capitán y del protocolo del barco.

Finalmente estaban aquellos inmigrantes que venían a probar fortuna a l’América, la clase popular, la mayoritaria, donde las condiciones del viajero se reducían a locales comunes y se sobrevivía en amontonamientos con condiciones de mezquindad, en un grado ínfimo de comodidad y aseo.

No es de extrañar que tales condiciones con el tiempo hayan mejorado, dado que esta clase estaba compuesta por el núcleo mayoritario de viajeros cuyo objetivo era la obtención de un único boleto de viaje “de ida”.

Se trataba de usuarios comunes fundamentalmente de varones jóvenes dispuestos a toda costa cumplir su objetivo de encuentro con la oportunidad.

El arribo a la cuenca del Plata era generalmente el puerto de Montevideo, antecedido casi obligatoriamente por la escala de la isla de Flores que desde el año 1869 actuó de frontera epidemiológica, para lo cual dentro de su perímetro fue montado un lazareto. Se crearon pasaportes sanitarios para el acceso de los migrantes según hubieran partido de puertos infectados o limpios. Las temidas cuarentenas retardaban los tiempos del arribo y mientras continuó el flujo migratorio la función de control sanitario mantuvo vigencia en forma intermitente hasta el año 1935, cada vez que se determinaban empujes internacionales de epidemias infecciosas.

Una vez arribados y registrados en Montevideo los inmigrantes optaban según los planes establecidos por asentarse en la ciudad a través de los vínculos personales, o bien se ofrecían en el propio puerto a trabajos varios para obtener alguna paga para su manutención. En algunos casos el propio gobierno del Uruguay a través de organizaciones humanitarias y/o a través de convenios entre cancillerías, poseía planes de radicación y empleo como también un alojamiento temporario para aquellos que se encontraban en el mayor desamparo.

La mayoría de la población migrante masculina y muchos de los que tenían familia en Italia, en general habían prometido remesas de dinero para convocar a sus parejas, esposas e hijos una vez que se hubieran afianzado económicamente en su nuevo ambiente.

Se debe recordar que las contrataciones de extranjeros en el Uruguay poseían por ese entonces reglas laborales escasamente establecidas y por lo tanto algunos inmigrantes ya habían comprometido de antemano su contratación con los concesionarios de las empresas navieras, canjeando el precio del pasaje por promesas de trabajo y/o mano de obra a realizar en el propio puerto de destino.

UN MEDIO CON DIFICULTADES

Para comprender mejor cuál era el estado del territorio nacional es necesario aclarar que a mediados del siglo XIX y dentro de la joven república, las cargas de productos comercializables provenientes del campo se encomendaban a las caravanas de carretas de bueyes las cuales poseían un promedio de avance a lo largo de la región, de aproximadamente 40 km. diarios.

Se estima que los productos del medio rural (cueros, sebo, lanas, carnes saladas y resto de la producción pecuaria), por cargos asignados al transporte se encarecían por lo menos entre un 20 y 30% del valor en sitio de la hacienda.

Por su parte los pasajeros viajaban en diligencias de postas con relevo de caballos cada 20 o 30 km., donde un viaje de Montevideo a Villa de Ceballos (actual Rivera) por ejemplo, podía tardar hasta 3 días, con paradas nocturnas en fondas y alojamientos de aprovisionamiento. Tales viajes resultaban en extremo incómodos, inseguros y onerosos.

Por estas dificultades muchos de los inmigrantes optaban por el mínimo traslado posible del puerto, y aquellos viajeros que habían puesto su destino en tareas de servicio elegían las inmediaciones de Montevideo, sus alrededores y/o pueblos cercanos en el propio departamento.

Por la misma razón se prefirieron los actuales departamentos de San José, Canelones y Colonia para establecer sus afincamientos, allí donde la cercanía les ofreciera una posible fuente laboral. Generalmente se trataba de establecimientos de campo, granja, chacras, donde ejercer y poner en práctica los conocimientos de agricultura y similares.

Otros migrantes descendidos en el puerto de Montevideo optaron por dirigirse a través de barcos de cabotaje que navegaban por el rio Uruguay hasta puertos del litoral como Mercedes, Paysandú Salto y ciudades litoraleñas argentinas, donde los valores de la tierra eran más accesibles y su clima muy bien adaptado para los cultivos, la vida, costumbres, oficios y profesiones que poseían. Tal es el caso de los agricultores cuyo vínculo con el laboreo de haciendas era condición determinante.

El río Uruguay desde los comienzos de la colonización siempre fue el medio o vía natural de penetración de las costas del Plata hacia el interior continental por lo que en forma muy temprana se había desarrollado un sistema de navegación fluvial desde el eje Montevideo Buenos Aires a los puertos y pueblos del litoral de las riberas del Paraná y del río Uruguay. Países en formación como lo era la república Oriental en sus comienzos, aún no habían consolidado otros sistemas de comunicación terrestres que proporcionasen seguridad y sus caminos (de tropas) por la precariedad de los trazados y el estado general, como ya se mencionó, no garantizaban horarios ni frecuencias estables a las travesías.

La migración italiana arribada a nuestra ciudad, casi en la mayoría de los casos, hizo su opción por el medio fluvial de transporte para acceder a “el Salto”.

RELACION ENTRE LUGAR DE ORIGEN Y SITIOS DE AFINCAMIENTO

Dentro del territorio de Italia las compañías concesionarias navieras tenían sus vínculos con los agentes reclutadores de viajeros y mientras sus bases operaban fundamentalmente en los puertos de Palermo (Sicilia), Nápoles y Génova, desde la regiones cercanas a estos embarcaderos se proveía clientela ávida por utilizar sus servicios, en la promesa insistentemente reiterada de un mundo nuevo lleno de oportunidades.

Los destinos más importantes eran América del Norte, Centroamérica, Brasil y la cuenca del Plata, esta última abarcaba los puertos de Montevideo y Buenos Aires.

Naturalmente que la elección por el país de destino estaba determinada por los comentarios y recomendaciones de conocidos y familiares que los habían antecedido, que ya habían hecho una opción en forma previa y la habían concretado, aunque sus experiencias estuviesen teñidas por la fantasía propia de quien busca un lugar prometedor y solución a la problemática de su vida.

Se puede observar que la composición migrante no se organiza de manera aleatoria e indistinta desde los diferentes pueblos de origen en relación al territorio de destino, sino que existen lugares y regiones específicas prevalentes, con predominio de sitios de emigración. Tales sitios se dan en correspondencia con lugares de afincamientos de tal forma que los apellidos de una misma familia encuentran sus correspondientes pares en correspondientes pueblos de emigración.

Esto explica por qué a Salto arribaron en la oleada del 1860 al 1890 inmigrantes italianos provenientes fundamentalmente de Massa-carrara. La razón nos dice con señal inequívoca que por una parte los primeros aventureros incitaron a sus congéneres a imitarlos en el lugar de elección, y por otra que la cercanía del puerto de embarque priorizaba una accesibilidad inmediata a la ocasión por parte de las regiones cercanas: Génova, puerto de Liguria, vecina del Piamonte y la Toscana. Tales regiones son precisamente las que caracterizaron la población prevalente de los inmigrantes de Salto.

Existen testimonios orales que narran entradas de inmigrantes en caravana de a pie, desde el puerto salteño ascendiendo por la calle Real (Uruguay) con sus maletas y pertrechos de viaje, mientras el pueblo local los aplaudía desde los balcones y azoteas como festejo espontáneo de un recibimiento representado en augurios de buena fortuna.

La plaza Italia los recordará a modo de homenaje, con un espacio borde de dársena o terraza de arribo, a los 100 años de la independencia nacional.

En algunos casos estos migrantes se sentían acompañados por amigos o familiares que los habían convocado a una búsqueda común, donde muchos de ellos los recibían en el propio puerto.

Pero también estaban aquellos que habían realizado el despegue en forma solitaria y que la única referencia o vínculo humano que poseían era el haber compartido el extraño episodio de un viaje sin retorno.

Su cometido inmediato consistía en aplicarse a una tarea laboral que justificara su intención de afincamiento y demostrara con ello su voluntad de trabajo.

LA CRISIS DEL DESARRAIGO

Un capítulo aparte merece el análisis psicológico del migrante en relación con su historia personal, para observar los motivos reales de cada exilio voluntario.

Toda partida implica un abandono de seres queridos, de la tierra donde se nació y creció, de las tradiciones y recuerdos que cada cual fue formando en su historia personal, es decir un dejar atrás sus raíces y su propia identidad.

En aquellos casos de grupos de inmigración, se puede observar la tendencia al agrupamiento, es decir a la integración de una colectividad en el nuevo medio, unida, afianzada y vinculada a sus costumbres, a las tradiciones de la patria de origen.

La búsqueda de la recreación de un sitio que en forma permanente le recuerde aquel punto de partida, aquella localidad a la cual se perteneció, y poder referir los aspectos singulares de una determinada identidad, es una constante indudable.

Para el caso de los italianos arribados al pueblo de Salto se formaron asociaciones de ayuda mutua que servían de apuntalamiento entre “paisanos” permitiendo compañía y apoyo a todos aquellos que habían emprendido la decisión común de la emigración. Esta situación se da a mediados del siglo XIX.

En el año 1875 se funda definitivamente la “Unione e Benevolenza”, sociedad que con algunas interrupciones eventuales funcionó hasta la actualidad. La construcción de un local propio que hoy es Monumento Nacional, de una sala de reuniones y celebraciones, con el apoyo en la asistencia económica, médica y odontológica de sus asociados, con la fundación de un cuadro de fútbol (Calcio Sportivo Italiano), de una banda musical (Siamo Diversi), de una Scuola Italiana, de un panteón social, etc. , es hoy una realidad.

La ayuda solidaria no se redujo a la asistencia mutua entre inmigrantes. Se tienen registros en las actas de sesiones y asambleas que en oportunidades de acontecimientos adversos en la patria madre como lo fueron las catástrofes naturales, inundaciones, erupciones volcánicas, terremotos, etc., como también los hechos bélicos internacionales que afectaron gravemente la vida de sus habitantes, la “Unione e Benevolenza” envió ayuda económica recolectada entre sus asociados para contribuir a la reparación y recomposición de aquella sociedad, más allá de las ayudas particulares que se realizaban en el ámbito de lo interno y familiar.

LA INTEGRACION ITALIANA

Existe un hecho innegable que ocurrió en esta comunidad en el Uruguay, a diferencia de otras colectividades. Fue tan intensa su integración a la sociedad receptora que con mucha facilidad sus integrantes rompieron los vínculos con el país de su historia, adquirieron los hábitos nuevos y las costumbres del lugar. Se tomó tanto mate y se comió tanto asado como los habitantes locales.

El inmigrante habló el idioma español (versión cocoliche) con mucha fluidez, que al poco tiempo se había incorporado a la nueva sociedad como el más auténtico habitante local asimilándose y sintiéndose dueño de su nueva “nacionalidad”.

En algunos casos el sentimiento de “expulsión” que el emigrante pudo haber sentido por parte de su original patria le impidió transmitir a sus descendientes un adecuado amor a la tierra de origen, a sus costumbres, identidades y semejanzas, conformándose con agregarse a las condiciones que le proveía el nuevo mundo de l’américa. Se entiende este hecho como un rechazo de indiferencia hacia la tierra que no había sido capaz de retenerlo en sus brazos paternales ante las vicisitudes económicas emergentes en la ocasión.

El inmigrante italiano habló muy poco de su historia personal, no participaba su pasado a sus descendientes y esta actitud fue diluyendo toda la riqueza de una tradición familiar y vínculos con el país de origen a modo de interrupción generacional. En la gran mayoría de los casos, trasmitió a sus hijos muy poco y lo estrictamente necesario de la patria italiana y esa primera generación descendiente no pudo a su vez informar a la siguiente de los conocimientos pasados y menos aún participar deseos o afectos por una historia -para ellos- casi desconocida.

Todo esto lo llevó a dejar de lado el idioma de origen, sus tradiciones, su música y danzas típicas y estos signos característicos de su historia se fueron diluyendo con el paso del tiempo. Si bien mantuvo la pasta y la pizza en su dieta ello fue la consecuencia en forma casi inconsciente de la costumbre pues los hábitos y conocimientos de la alimentación pertenecen a la categoría de necesidades básicas.

Pero el inmigrante italiano en términos generales se hace admirador de los gustos nuevos, del tango y la milonga, adoptando con facilidad los diferentes usos que le planteaban el nuevo mundo, sus hábitos y costumbres.

No obstante todo ello el inmigrante italiano en su gran mayoría se abstuvo de involucrarse con las rivalidades partidarias que afectaban divisiones internas incomprensibles para él, revueltas políticas en un medio muy marcado por divisas mesiánicas recientes que evidenciaban la adolescencia de una sociedad en formación.

Es ésta la misma razón por la cual se reservó un último recurso. Ignoró los trámites burocráticos que le significaba la adquisición de la ciudadanía nacional, manteniendo su carta cívica italiana. Tal hecho queda demostrado en la mayoría de los casos por la posibilidad actual -de parte de sus descendientes- del fácil acceso a la ciudadanía Italiana. Si un ciudadano italiano al radicarse en otro país adopta otra ciudadanía pierde inexorablemente la suya y por ende la eventualidad de transmitirla a sus descendientes y esta situación se verifica únicamente en casos excepcionales.

En realidad lo que ocurrió en términos generales y que es lo más destacable de este fenómeno de simbiosis de grupos humanos (esto vale para el conjunto de las colectividades inmigrantes) es que de la síntesis de dos culturas se obtuvo un enriquecimiento de valores significativos, pues mientras la población local criolla le incorporó sus usanzas propias, los recién llegados le agregaron elementos culturales referido a oficios y profesiones, ciencia, conocimientos y artesanías, experiencias milenarias que vinieron a completar y sintetizar la cultura de una nueva identidad.

No se puede explicar este hecho solamente como una forma de colonización cultural. También puede entenderse como la consecuencia directa de un mundo que cambia constantemente y se manifiesta a través de integraciones culturales de vertientes disímiles que se amalgaman para valorización y enriquecimiento de resultantes poblacionales comunes.

Cada inmigrante trae consigo una concepción del mundo con particularidades, pero también cada uno de ellos creó las condiciones para superar el difícil primer momento de su arraigo. Basados en la solidaridad algunos compartieron viviendas, otros compraron fincas y/o tierras, para lo cual existían facilidades y créditos, y todos al poco tiempo estaban instalados aportando con el trabajo tenaz una señal firme para la integración.

Este es el punto donde se puede reservar el espacio para el encuentro de la legitimidad mencionada al comienzo. No es válido sustituir una cultura por la anulación de otra preexistente pero en cambio puede tener valor la incorporación y el enriquecimiento cultural de una mixtura que no anule los antecedentes culturales autóctonos y que sume aportes positivos integradores en una sociedad concertada y diferente.

Las migraciones desde la península con forma de bota permanecieron por un largo período, pero las que se realizaron en forma masiva ocurrieron hasta finales del siglo XIX. Con posterioridad y como consecuencia de las dos guerras mundiales se produjeron en menor número finalizando hacia mediados del siglo XX.

OFICIOS Y ROLES

Entre los roles incorporados a esta nueva forma de mixturas poblacionales estaban los oficios propios de una sociedad en crecimiento. Los había artesanos, generadores de productos vinculados a la construcción, ladrilleros, carpinteros, constructores, albañiles, (muratori) hojalateros, herreros, marmoleros, etc., y en general personal dedicado a las industrias urbanas, que junto a los comerciantes y a los del área de servicios aunaron sus esfuerzos en torno a la ciudad de Salto.

También estaban aquellos ya mencionados y dedicados a las tareas de producción hortícola y frutícola que se distribuyeron en los alrededores de la ciudad, para conformar lo que se dio en llamar el cinturón horti-frutícola de quintas y chacras.

Finalmente encontramos a quienes se instalaron como inmigrantes en la campaña del departamento, algunos dentro de los pequeños núcleos poblados alejados del puerto y otros propiamente en lo más profundo del territorio dedicados al trabajo del campo.

Estas tres categorías destacadas especialmente serán objeto de referencia a una posible explicación de caracterización territorial de nuestro país y sus valores formales típicos, en relación al aporte italiano generador de similitudes formales readecuadas a esta nueva forma de obtención de ciudad y de manera conjunta también de ciudadanías.

Un comentario en «Italianos en Salto (Por el Arq. Ivón Grilli Castilla)»

  1. Excelente relato, sencillo en el lenguaje, muy ameno y abordó todas las perspectivas. Me encantó ¡Felicitaciones!

    Cary de los Santos Guibert.

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