¡Qué veneno! (Por el Arq. Rogelio Texeira)

¡Qué veneno! (Por el Arq. Rogelio Texeira)

El País publicó en su página editorial un artículo que da vergüenza ajena, plantea, ejemplificando con un amigo, que el mérito y el esfuerzo es suficiente para el ascenso social o para hacerse multimillonario en dólares y que quienes pensamos que hay que tener una sociedad más igualitaria lo planteamos desde “el veneno de la envidia” (que así se llama el editorial).

Además de lo simplote de ese razonamiento, Laura, mi profesora de química, diría que es la excepción que confirma la regla.

Podría contarle que tengo un amigo, compañero en la Escuela 3 de Salto que trabaja desde que salió de la escuela y tiene dificultades para mantenerse a flote. Tiene el oficio de herrero que fue lo que aprendió. No tuvo condiciones sociales y económicas para estudiar en la Universidad. Seguramente no tenga dólares y viva de hacer la diaria.

Es hijo de trabajadores, quienes abrazaron otro oficio y lo ejercieron cuando pudieron, hasta que finalmente se jubilaron por edad avanzada, con muchos años en la informalidad, trabajados en negro, sin la cobertura social necesaria, procurando el “carnet de pobre” para acceder al Hospital y recurriendo a la solidaridad de los vecinos cuando se necesitaba porque la situación laboral era crítica o por un problema de salud.

Ni decir de la vivienda, apenas remendar, que cuando no era la inundación que los corría era que no había changa y que lo poco que habían ahorrado se iba en la alimentación.

Pero, mi amigo al igual que su padre, nunca se rindió y desde la época en que iba a la UTU ya estaba haciendo alguna changa, muchas veces en la madrugada de helada o bajo el insoportable sol del mediodía de verano arriba de un techo, soldando o haciendo cualquier otra cosa porque era lo que había.

La changa suele llevarlo lejos de casa, porque en Salto no se consigue o porque hay que aprovechar para hacer una extra y juntar unos pesos para intentar mejorar la vivienda o vestir a los gurises o conseguir una motito que no lo deje tirado tan seguido.

Nunca le aflojó, nunca lo escuché quejarse de las changas que había, ni de la plata que tenía o le faltaba, ni envidiar a nadie.

Si lo vi incorporar la solidaridad como un acto reflejo.

Seguramente trabajó más que muchos a su edad y asumió riesgos de todo tipo; dormir sin frazadas en invierno, porque las que tenían eran para su familia, soldar en la llovizna porque había que entregar el trabajo. Nunca pudo asumir el riesgo de algún préstamo para mejorar las condiciones de trabajo porque le fue reiteradamente negado porque no tenía respaldo social o garantía.

Mientras esto ocurre, con miles de uruguayos más, hay quienes se preocupan por la envidia que pueden tener estos compatriotas hacia quienes la hacen a paladas y no quieren pagar impuestos porque. Sostienen que la hacen solamente por el mérito y no por las reglas de juego.

Desde una cómoda oficina se puede decir que es fácil, que está lleno de gente que se animó a emprender y logró hacerse de un capital, amasar “algunos cientos de miles de dólares” que es sólo cuestión de “trabajar y asumir riesgo”. Pero si miramos con un poco de atención, seguramente esta gente nació en condiciones más ventajosas que les permitieron estudiar, formarse y tener vínculos que les dieran mejores herramientas para enfrentar la vida.

Quienes insultan a mi amigo y a otros miles de uruguayos, no solamente están manifestándose en contra de la construcción de una sociedad más justa e integrada, sino también contra el principio cristiano que Artigas sintetiza en que “los más infelices sean los más privilegiados” o contra el “dignidad arriba y regocijo abajo” de Aparicio Saravia, que marcaba el accionar de los blancos o el “estado escudo de los pobres” del batllismo.

Este elogio a la meritocracia revela la ideología que la sustenta y encubre mucha aporofobia.

Arq. Rogelio Texeira

Director de obras I. de Salto (2005-2010); Delegado uruguayo ante CARU (2015-2020)

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