Ayer fue una jornada en la que la zona del puerto tomó un protagonismo inusual. El movimiento de gente, uniformada y particular, llamaba la atención. Hasta que llegó una grúa de grandes dimensiones y todo empezó a entenderse un poco más. Sucede que la emblemática lancha Don Demetrio iba a ser retirada de la dársena con la finalidad de ser restaurada y que vuelva a prestar su servicio de transporte de pasajeros entre Salto y Concordia.
Bruno Sancristóbal estará al frente del emprendimiento, hombre de la cuarta generación que en esa familia tomará el timón (nunca mejor empleado el término) de esta nueva aventura, Y la historia seguramente empezará a repetirse.
En tanto su padre, Mario, contó a EL PUEBLO:
“La lancha se llama Don Demetrio porque ese nombre era el de mi abuelo paterno y de mi padre. La primera Don Demetrio se construye a comienzos de los años 70, y era relativamente chica. Pero en el año 1979, o 1980, se la reforma al tamaño actual, casi 20 metros de eslora, que es el largo de la embarcación. Luego, en el año 2005 se la reforma nuevamente y se deja como está en la actualidad…”.
Más adelante comentó: “originalmente tenía capacidad para 135 pasajeros; pero debido a los costos de los seguros, en los últimos años, a esa capacidad se la redujo a 90 pasajeros”. Ante la pregunta de cuál fue el tiempo dimayor esplendor, dijo que “los años de mayor esplendor del tráfico fluvial obviamente fueron antes de que se inaugurara la represa, o el puente sobre la represa, aunque por los años 80 hubo una gran disparidad de precios entre Uruguay y Argentina, y la gente viajaba muchísimo hacia Concordia, sobre todo para comprarse ropa y calzado, además obviamente de un sinfín de artículos y comestibles…Era la época de los famosos championes marca Nike y los buzos y camperas marca pinguin (que tenían un pinguino como logo). Allá por esa época, el gobierno decretó una tasa de valor 200 pesos de aquellos años, para todos aquellos que viajaban hacia el exterior. Fue tanto el gentío que viajaba a Buenos Aires, que la murga Araca la Cana en su couplet de Juan Pueblo hacía un verso que decía:
«Todo el.mundo bagayeaba
Buenos Aires un suceso
Y se aprobó la medida
De cobrar 200 pesos
El desodorante íntimo
ya no lo compra más nadie
Los porteños lo prohibieron
Dicen que produce caries»
MÁS HISTORIAS PARA CONTAR…
Un poco más de historia sobre lo que era el puerto salteño en tiempos de auge de las lanchas, lo contaron a EL PUEBLO (para una nota publicada el año pasado) Teresita y Carolina Miños, quienes recordaron el “Centro de Lancheros Salto”, de Beltramelli, Giusto y Lapeyra.
Son ellas la viuda e hija respectivamente de Osvaldo Beltramelli. Son recuerdos de entre los años 76 al 82 aproximadamente.
Carolina: “Son vagos recuerdos, mi padre era Osvaldo Beltramelli y le decían “Nana” o ”Surubí”, era lanchero y tenía acciones en el Centro de Lancheros Salto. Tenían tres lanchas de pasajeros: “El Tiburón”, que tenía un asiento de hierro en la proa, “El Peregrino”, que era mi preferida y se hundió un día que había tormenta cuando volvía de Concordia sin pasajeros, y “El Expreso Salto”, esta era la más nueva. Cuando “El Peregrino” se hundió, después lo arreglaron en un astillero que estaba en Diego Lamas y Atahualpa, donde hoy hay un gimnasio”, empieza contando Carolina y prosigue: “en la esquina de las calles Brasil y Albisu se sacaban los pasajes, se formaban largas colas, tenían varias frecuencias, en ocasiones salía más de una lancha por turno. La gente sacaba los pasajes ahí y el trámite de Migraciones lo hacía donde hoy está el Paseo del Puerto, en ese edificio (que algunos llaman Resguardo, donde se aloja el Museo del Río). De ahí al muelle donde estaba la lancha (…) Viajaban mujeres y hombres a buscar cosas que después salían a vender en carrito por las calles, golpeando puertas, era una fuente de trabajo, ropa por ejemplo…Recuerdo que había gente que se encimaba una arriba de otra, iban flacos y volvían gordos (risas), hasta botellines de aceite, todo lo que podían esconderse, porque a la vuelta tenían que pasar por la Aduana. También existía el cero kilo. Hasta en el techo de las lanchas llenaban de bolsones. Era interesante ver cuando se bajaban de la lancha, corrían para llegar primero a la Aduana porque se formaban colas y si revisaban minuciosamente se demoraba, y en esas corridas hasta se les caían cosas de lo que traían en el cuerpo, entre las ropas, todo sujetado con la misma ropa…”. Wilma, Ema, Caracciolo, son algunos nombres que recuerda de personas que viajaban a buscar mercadería para vender. Y agrega que “donde sacaban los pasajes había un kiosko donde se cambiaba plata, un mini cambio Bella Unión, o los cambistas Carlos Silva (que años después fue asesinado en Brasil y Albisu), y el “Tono”, un murguero, fallecido también. Nosotros vivíamos en la zona, en esa época era de mucho movimiento (…) Se hizo la represa, se podía pasar en auto y las lanchas se fueron terminando; mi padre se las vendió a un señor argentino de apellido Razeto, que tenía el recorrido Paso de los Libres – Bella Unión. Este hombre era hijo de un lanchero argentino, pero que no estaba acá en Concordia, estaba en Paso de los Libres”.
Teresita: “Hay tantas anécdotas que se podría escribir un libro. Referente a los lancheros del puerto de Salto, fue al principio gente que llevaba pasajes de Salto a Concordia, dependían de Prefectura acá, pero autorizados por la Marina Mercante y el Ministerio de Transporte Naval. Llegó el momento que se les exigía tener una empresa o cooperativa, fue así que los señores Pedro Giusto aportaba la lancha Tiburón, Osvaldo Beltramelli la Peregrino y Jesús Lapeyra el Expreso Salto. González y Pereira aportaban trabajo y en cada balance un subsidio, sus lanchas no las autorizaron. La personería jurídica estaba integrada acá por el abogado Lavecchia, el escribano Señorale y el contador Borghetti, eso en Salto. En Montevideo el doctor Addiego y el abogado Borghi. En la mañana había tres frecuencias y dos en la tarde. Siempre hubo movimiento de pasaje diario, el bagayo…”. Cuando se le consulta por los productos que más recuerda que se transportaban, dice: “termos, yerba, café, frutilla, atún, gilletes, chajá…”.
“En un momento venían argentinos al Casino, a las 20 horas, y el regreso lo hacíamos nosotros, mi esposo cobraba y yo hacía las listas. Once planillas con carbónico, eran para Aduana, Prefectura, Migraciones, Inteligencia, Lancheros…Se cerraba la planilla y Osvaldo con un tripulante los llevaba hasta Concordia. También había agencias de viaje del sur, como Cita, Cot, Núñez, Coit, Bruno, que con anterioridad de casi dos meses nos enviaban listas de excursiones y el compromiso de alojamiento se lo hacíamos nosotros, ya sea Hotel Biassetti, Hotel Los Cedros, Hotel Salto, Hotel Español…Hay anécdotas como para escribir un libro…Por ejemplo la compra de El Cóndor, que era un yate hermoso que lo trajeron navegando, se desarmó su interior y se transformó en lancha de pasaje (…) Próximo a inaugurarse la represa de Salto Grande, vinieron de Bella Unión dos lancheros, querían comprar una lancha y eligieron El Peregrino…”.
(Fotos gentileza de “Varilla” San Andrea)