El trabajo de un equipo de especialistas uruguayos determinó que dos ejemplares de cetáceos aparecidos en Canelones son una madre y una cría de zifio de Ramari, una especie que hasta 2021 era desconocida para la ciencia.
En 2011, un extraño cetáceo preñado varó en la costa oeste de Te Waipounamu, en Nueva Zelanda. A simple vista parecía una ballena picuda de True o zifio de True (Mesoplodon mirus), que de por sí es bastante curiosa. Las ballenas picudas o zifios –que técnicamente no son ballenas porque pertenecen al grupo de cetáceos con dientes, como los delfines y las marsopas– son muy diversas y con amplia distribución, pero algunas de ellas se encuentran entre los mamíferos grandes más enigmáticos y desconocidos del planeta.
Tienen un cuerpo robusto y un hocico prominente que les da su nombre común, aunque estas no son características sencillas de observar en el mar. Su carácter elusivo y su preferencia por aguas profundas las han convertido en animales esquivos, al punto de que varias especies se han vuelto presencias fantasmales en los océanos, jamás registradas vivas.
Casi todo lo que se sabe del zifio de True, por ejemplo, se debe a sus varamientos en las costas de diversos rincones del planeta, aunque tampoco son nada frecuentes. La información es tan escasa que esta especie –al igual que la mayoría de los zifios– ni siquiera tiene estatus de conservación para la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
Fue la investigadora maorí Ramari Stewart quien se dio cuenta de que había algo especial y distinto en el zifio de True que varó en 2011 en Nueva Zelanda, bautizado con el nombre Nihongore por la tribu local Ngāti Māhaki. Para empezar, era la primera vez que un ejemplar de esa especie aparecía allí, pero su intuición le llevó a insistir ante el Departamento de Conservación con que era importante estudiarla para obtener más información. Recuperó el esqueleto entero de la ballena picuda y lo llevó al museo Te Papa Tongarewa, el más grande de Nueva Zelanda, donde comenzó a colaborar con un equipo de especialistas en cetáceos.
Liderado por la bióloga Emma Carroll, el grupo de trabajo decidió analizar no sólo al ejemplar de Nueva Zelanda, sino también otros encontrados en el hemisferio sur, y descubrió que Ramari Stewart tenía razón. Hasta el hallazgo de este espécimen en Nueva Zelanda se creía que todos los zifios de True que aparecían en el norte y el sur del planeta pertenecían a la misma especie, pero los análisis genéticos y morfológicos contaron otra historia.
Confirmaron que las ballenas picudas de True del sur tenían varias diferencias con las del norte. Además de la coloración y de la forma del cráneo, los análisis genéticos corroboraron que ambas poblaciones tenían historias independientes y permitieron recolectar suficiente evidencia como para concluir que el zifio que cada tanto aparecía en el sur era en realidad una especie no descrita para la ciencia.
Tras varios años de trabajo, el ensamble internacional de científicos y científicas que reunió Emma Carroll publicó un artículo en 2021 con la descripción de la nueva especie, a la que llamaron zifio de Ramari (Mesoplodon eueu) en honor a la investigadora maorí que echó a rodar la odisea.
Mientras esta historia fascinante se desarrollaba en Oceanía y daba pie al descubrimiento de una especie nueva para la ciencia, algo emocionante en un mundo que parece ya tan explorado y explotado por la mano del ser humano, otra aventura emparentada tenía lugar en nuestro país.
La familia se agranda
Saltemos de Nueva Zelanda a Canelones. A finales de octubre de 2019, un ejemplar juvenil de una ballena picuda apareció muerto en la playa de San Luis. Había fallecido recientemente y medía un poco menos de tres metros y medio. Gracias a los avisos de la bióloga Diana Szteren y de Alejandro Fallabrino, integrante de Karumbé (así como la Red de Varamientos Uruguay), la noticia llegó pronto a oídos de las biólogas marinas Meica Valdivia, Paula Laporta y Lucía Frones, que se trasladaron raudamente hasta el lugar junto con la estudiante de veterinaria Emilia Rossini.
Se dieron cuenta enseguida de que se trataba de un ejemplar muy raro para Uruguay y no registrado aún en el país, pero las sorpresas no terminaron ahí. Midieron al animal (3,38 metros para ser exactos), tomaron muestras y se llevaron el cráneo al Museo Nacional de Historia Natural, donde Meica está a cargo de la colección de mamíferos marinos.
Tres días después, otro ejemplar de la misma especie, pero ya adulto y en moderado estado de descomposición, varó en Marindia. El equipo volvió a salir a las corridas para repetir la experiencia y esta vez no tuvo prácticamente dudas: se trataba de dos especímenes del raro zifio de True, nunca aparecido en Uruguay. O eso al menos era lo que podían concluir en ese momento con la información que tenían. Medía 5,2 metros y su cráneo era tan grande que debieron llevarlo a Montevideo en un camión que les facilitó la Intendencia de Canelones.
Meica estaba casualmente en contacto con algunos de los científicos que colaboraban con el equipo de Emma Carroll que trabajaba en Nueva Zelanda. Aunque les notificó de este hallazgo en Uruguay, los ejemplares de Canelones no alcanzaron a sumarse a los varamientos en el hemisferio sur que Carroll había analizado y que concluirían con la descripción de la nueva especie ya mencionada.
Las especialistas uruguayas resolvieron entonces proseguir con la identificación de estos dos raros especímenes encontrados en nuestras costas mediante la realización de análisis genéticos y morfológicos, con el objetivo de corroborar si se trataba de zifios de True o de Ramari, a la luz de lo que venía ocurriendo en Nueva Zelanda.
El resultado de su trabajo es un reciente artículo en el que participaron Meica Valdivia y Lucía Frones por el Museo Nacional de Historia Natural, Paula Laporta por la asociación civil Yaqu Pacha Uruguay y el Centro Universitario Regional Este de Rocha, Emilia Rossini por el Departamento de Patología de la Facultad de Veterinaria, Néstor Ríos por la Sección Genética Evolutiva de la Facultad de Ciencias, y tres de los investigadores internacionales que participaron también en la descripción del zifio de Ramari: Emma Carroll y Felix Marx, de Nueva Zelanda, y Michael McGowen, de Estados Unidos.
Tal cual cuentan Meica Valdivia, Lucía Frones y Néstor Ríos en el Museo Nacional de Historia Natural, al lado de los dos grandes cráneos de los ejemplares hallados en Canelones, el trabajo permitió registrar una nueva especie de cetáceo para nuestro país y para América del Sur, pero no una cualquiera: el zifio de Ramari, desconocido para la ciencia hasta 2021.
“Cuando vimos estos dos ejemplares estábamos casi seguras de que era el zifio de True, porque en el año en que se produjeron los varamientos no se había descrito todavía la nueva especie”, cuenta Meica.
Mientras trabajaban en los análisis genéticos y morfológicos llegó la noticia de la descripción de la nueva especie, y sus esfuerzos se enfocaron entonces en discernir si los ejemplares hallados en Canelones eran zifios de True o zifios de Ramari.
Para ello hicieron primero una medición minuciosa del cráneo y la mandíbula de los especímenes, a fin de “ver si se asemejaban más a Mesoplodon mirus (zifio de True) o a Mesoplodon eueu (zifio de Ramari)”, señala el trabajo. Aunque ambos son muy parecidos, su estudio concluyó que los resultados apuntaban en forma consistente –aunque no concluyente– a los zifios de Ramari.
Para confirmarlo había que acudir a la genética, tarea que quedó a cargo de Néstor Ríos. El genetista analizó ADN mitocondrial (el que se transmite por línea materna) de los dos ejemplares y lo comparó con secuencias de ADN de ejemplares de zifios de Ramari, de True y otras especies de ballenas picudas.
Una primera conclusión interesante fue que los fragmentos de la región control de ADN mitocondrial de los dos ejemplares eran idénticos, lo que demuestra que estaban cercanamente emparentados. “Meica sospechaba que se trataba de una hembra y una cría, ya que eran de la misma especie y vararon una atrás de la otra. El análisis genético nos permite decir con bastante certeza que son efectivamente madre e hija, y si no, que están muy emparentadas”, cuenta Néstor.
“La cría estaba fresca y el adulto en estado de descomposición, lo que nos da a entender que posiblemente la madre haya muerto antes y por eso la cría varó también”, aporta Meica.
El análisis filogenético fue concordante con las muestras existentes de ADN de zifios de Ramari y, junto al análisis morfológico de los cráneos, permitió al equipo de investigadores concluir que los dos ejemplares hallados en Canelones pertenecen a esta especie recientemente descrita.
Se trata entonces del primer registro confirmado de zifio de Ramari no sólo en Uruguay sino en toda América del Sur. Si bien hubo un varamiento en Brasil en 2004 que probablemente corresponda a un zifio de Ramari, fue catalogado como zifio de True y no se hicieron aún análisis para ver si corresponde a la nueva especie.
El estudio genético arrojó también otros datos significativos. La divergencia entre las dos especies –el zifio de Ramari y el de True– se habría producido hace poco más de 2,5 millones de años, una antigüedad algo mayor que la que había estimado el trabajo del equipo de Emma Carroll. Aunque parezcan la misma especie, tal cual se pensaba hasta hace muy poco, llevan caminos separados desde hace un buen tiempo en los océanos.
Además, el zifio de Ramari muestra una diversidad genética bastante notable, superior a la del zifio de True. “Eso en parte se puede explicar por un mayor tamaño poblacional”, señala Néstor, aunque el trabajo sugiere también que puede deberse a una estructuración poblacional.
Con la confirmación de que los ejemplares hallados en Canelones son zifios de Ramari sabemos ahora que, desde 2019 a 2021, tuvimos en el Museo Nacional de Historia Natural una especie no registrada aún para la ciencia. Por mucho que nos ilusione pensar que este nuevo zifio podría haber sido descrito con los ejemplares hallados en Uruguay y llevar algún nombre vernáculo, como zifio de San Luis o zifio de Canelones, es muy improbable que pudiera ocurrir algo así. Cuando estos especímenes vararon en San Luis y Marindia, el equipo de Nueva Zelanda ya venía trabajando en el análisis de otros animales aparecidos en el hemisferio sur.
Que tengamos un nombre nuevo para denominarlo y sepamos algo más de sus características genéticas y morfológicas no significa que conozcamos mucho de él. El zifio de Ramari, al igual que la mayoría de sus parientes cercanos, sigue siendo un misterio.
Lo que el agua se llevó
“No sabemos mucho de casi ninguna de las 24 especies de la familia Ziphidae, excepto del zifio de Cuvier (Ziphius cavirostris) y del zifio nariz de botella austral (Hyperoodon planifrons). Son especies de aguas profundas, que no se acercan mucho a los barcos”, explica Meica.
Tal cual indica el trabajo, hay baches notables de conocimiento sobre la distribución de estas especies, estimaciones de abundancia e incluso su biología básica, pese a su diversidad. El género al que pertenece el zifio de Ramari, Mesoplodon, es el que posee más cantidad de especies entre los cetáceos, pero paradójicamente no sabemos casi nada de la mayoría de ellas.
“Tampoco andan en grupos grandes, como ocurre con algunas especies de delfines, a los que podés ver saltando en buen número. Eso te permite sacarles fotos y distinguir patrones de coloración para identificarlos. Pero los zifios tienen además una coloración bastante uniforme, lo que hace el trabajo más difícil”, apunta Lucía, que señala también que estudiar esta clase de animales implica una logística desafiante para un país con los recursos de Uruguay.
“Si los ves en el agua, primero jugá al 5 de Oro, porque si pasa es una casualidad. Pero aunque los veas, identificarlos en el agua por sus características físicas es muy difícil”, agrega Meica.
Sabemos que el plato predilecto de la mayoría de las especies de zifios son los calamares, tras los cuales se sumergen a profundidades impensadas para un mamífero (y evitan así, de paso, la posible depredación de otros parientes, las orcas).
De hecho, han evolucionado en línea con esta especialización de dieta. Poseen una suerte de surcos en la garganta que les permiten hacer un vacío de succión del que animales pequeños como los calamares no escapan. Si bien son odontocetos, esta peculiaridad de su alimentación ha hecho que desarrollen muy pocos dientes. Los zifios de Ramari tienen un solo par de dientes en el extremo de la mandíbula, característica que aparece sólo en los machos adultos (y por lo tanto no figura en los dos ejemplares hallados en Uruguay).
Por poco que sepamos, los hallazgos de Uruguay habilitan al menos algunas conclusiones interesantes. Que haya aparecido una madre con su cría permite especular con la posibilidad de que en algún momento del año ocurran poblaciones de zifios de Ramari en nuestras aguas, ocultas a nuestros ojos, en lugar de visitantes solitarios y ocasionales.
“Sin dudas es un indicador de que puede haber grupos presentes cruzando esta zona del Atlántico suroccidental, aunque no podamos afirmar aún si son residentes en Uruguay todo el año. Muestra también cuánto desconocemos de las especies que habitan nuestras aguas. En el mundo en general, pero en Uruguay en particular, cada varamiento muestra siempre algo, al punto de poder encontrar todavía especies nuevas”, apunta Meica.
Una reflexión sobre esas carencias de investigación se desliza en las conclusiones del trabajo. “Reportamos el primer registro confirmado de zifio de Ramari para Uruguay y todo el Atlántico suroccidental. Nuestros hallazgos expanden el rango y la diversidad genética de esta especie recientemente descrita y sugieren una posible estructuración de la población. Más muestras a lo largo del rango de distribución del zifio de Ramari se necesitan para poner a prueba esta idea. Identificar una nueva especie de mamífero marino en aguas uruguayas es un llamamiento a conseguir más recursos tanto para las respuestas a los varamientos como para los monitoreos sistemáticos a largo plazo en la región costera”, escriben.
La vida privada de los zifios
Para Meica, Lucía y Néstor, el trabajo muestra justamente la importancia de poner foco en especies como estas, que son depredadores tope con muchas implicancias en los ecosistemas marinos. “Obviamente debe haber otras urgencias a nivel país, pero si queremos cuidar y saber de estas especies, es importante conocer cuáles tenemos, cuántas tenemos, cuándo aparecen y cuándo no, relevar todo ese tipo de información que muchas veces es hecha a pulmón”, dice Meica.
Este caso es un buen ejemplo. De no ser por el entusiasmo de las investigadoras, que viajaron a San Luis en ómnibus ni bien se enteraron del hallazgo, probablemente se hubiera perdido el registro de una nueva especie para el país.
Muchas veces los cuerpos de los animales son enterrados por las cuadrillas de las intendencias antes de que los científicos hagan las mediciones o tomen muestras. Esa situación no es nada descabellada (ver recuadro) y sólo se mejora dedicando más recursos humanos y materiales. Los pobres cetáceos, además, han demostrado tener la insultante costumbre de varar los domingos, cuando la logística es más compleja para los investigadores.
Ballenas y delfines son sin dudas carismáticos y funcionan como “especies paraguas”, que atraen gran interés y cuya conservación beneficia a muchos otros animales, pero estudiarlos es bastante complejo. Tal cual apunta el equipo de investigadores, manejar las muestras puede volverse una tarea asquerosa y pesada (trasladar cráneos enormes hasta Montevideo no es sencillo), y a menudo es una carrera contra el tiempo y los elementos. Se necesita muy buena coordinación para facilitar este trabajo.
En los últimos meses el equipo de investigadores participó en reuniones con organizaciones civiles e instituciones académicas y gubernamentales vinculadas al estudio de los cetáceos para mejorar la coordinación cuando se registran varamientos de cetáceos vivos o muertos, un paso fundamental para mejorar la eficiencia de las respuestas en estas situaciones.
Sería deseable que la iniciativa avance, porque ballenas y delfines son una fuente de fascinación permanente para los humanos. Como bien dice Néstor, basta ver el impacto cultural que provoca la aparición de uno de estos titanes gentiles en nuestras playas o la simpatía que generan en la gente. Son mamíferos como nosotros, inteligentes y longevos, cuya vida frente a nuestras costas sigue siendo un enigma pese a su gran tamaño. En el caso de los zifios, sólo tenemos un atisbo de esa vida secreta cuando mueren y la corriente los arroja a las arenas de playas concurridas.
La historia del zifio de Ramari muestra que aún podemos encontrar grandes sorpresas, literalmente, en un mundo en el que los ojos humanos y las extensiones electrónicas que les brinda la tecnología parecen haber conquistado todos los rincones. Tener un sistema más eficiente de respuesta a los varamientos de cetáceos parece poco, pero puede ser la diferencia entre descubrir o no algunos de los secretos que la naturaleza aún guarda en las profundidades del mar.
Historia de nuestros zifios
Con este nuevo hallazgo, ya son cinco los zifios de nuestra fauna. Pronto serán seis, porque el equipo trabaja en el registro de una nueva especie para Uruguay pese a las dificultades que enfrentó para poder estudiar al animal.
“Apareció un zifio de Gray (Mesoplodon grayii) varado en José Ignacio a fines de diciembre en 2020, en plena pandemia. Hicimos una gran movida para evitar que lo enterraran y así hacernos con el ejemplar para realizar los análisis. Cuando llegamos a la playa, descubrimos que lo habían enterrado con una retroexcavadora hacía media hora. Ya no había forma de que pudiéramos hacernos con el cuerpo”, se lamenta Lucía Frones.
Por suerte, alguien del equipo tuvo la precaución de tomar varias fotos ni bien apareció el animal y sacó incluso una muestra de músculo que pronto será analizada. Sin contar esa especie, que está en pleno proceso de registro, los zifios cuya presencia fue confirmada en Uruguay son los siguientes.
» Zifio de Andrew (Mesoplodon bowdoini)
Es un zifio bastante robusto en comparación con otros del género, que vive en el hemisferio sur pero cuyo rango preciso de distribución no se conoce con exactitud. En Uruguay fue registrado gracias a un ejemplar varado en La Coronilla, Rocha, en 2003.
» Zifio de Layard (Mesoplodon layardii)
Es un zifio grande y con una dentadura muy particular. Tiene dos dientes largos y curvados que sobresalen de la boca y le crecen por encima de la mandíbula. En Uruguay fue registrado gracias a la aparición de un ejemplar en La Paloma en 1971 (que lamentablemente fue cortado en varios trozos para que fuera más fácil enterrarlo).
» Zifio de Cuvier (Ziphius cavirostris)
Es quizá el zifio más conocido y más frecuentemente visto de la familia, con una amplia distribución en los océanos Atlántico, Pacífico e Índico. Es el mamífero marino que se ha registrado a mayor profundidad. El primer ejemplar reportado en Uruguay apareció en Jaureguiberry en 1960.
» Zifio nariz de botella austral (Hyperoodon planifrons)
Es quizá la especie de odontoceto más abundante de aguas antárticas, donde se lo ve con cierta frecuencia. Tiene un tamaño considerable y puede superar los siete metros de largo. En Uruguay fue registrado gracias a la aparición de un ejemplar en Punta Artilleros (Colonia) en 1978.
» Zifio de Ramari (Mesoplodon eueu)
Es el protagonista de estas páginas, el zifio más reciente en ser registrado para la ciencia. Su aparición en Uruguay constituye el primer registro confirmado para el Atlántico suroccidental.
La Diaria