Testimonio del francés Augusto de Saint Hlilaire, botánico y explorador.
SALTO, 11 de enero de 1821, A las 4 horas el termómetro marca 29 grados. El terreno irregular, los pastos excelentes. Caminamos siempre a poca distancia del Uruguay del cual nos alejamos bastante para llegar al Daymán.
Tomé la iniciativa con Matías y, al llegar al campamento presenté al coronel, comandante aquí de los dragones de Río Grande, cartas de recomendación que traía para él; una, del general Saldanha, la otra del teniente coronel Inácio José Vicente da Fonseca. Fui muy bien recibido. El coronel me ofreció una casa, mandó que cuidaran de mis bueyes y caballos, ordenando que mataran una vaca para mi personal. En su casa comí con él y varios oficiales, entre otros, el capitán José Rodrigues, a quien ya había conocido en casa del general Saldanha.
El campamento de Salto se formó a orillas del Uruguay, sobre un terreno bastante elevado, pero su ubicación es mucho menos agradable que el de São José. Allí nada oculta el paisaje y de todos los puntos se ve el río que fluye majestuosamente; aquí, por el contrario, escondido por los montes circundantes, sólo se percibe a la derecha, describiendo en la campaña sinuosidades extensas y elegantes entre dos hileras de bosques frondosos. Las barracas de los soldados son de paja y dispuestas con simetría, pero su situación es mucho menos agradable a la vista que las de San José. Las casas de los oficiales, y en particular la del coronel, ofrecen una diferencia sensible. Y esto se explica por el hecho de que el campamento San José fue construido por los paulistas y, como los hombres de la Capitanía de São Paulo aprenden todos los oficios, seguramente había entre ellos ebanistas y carpinteros que vinieron a las orillas del Uruguay.
Los habitantes de la Capitanía de Río Grande, por el contrario, no aprenden oficio alguno, apenas montar a caballo.
En el Rincón de las Gallinas, donde sólo hay europeos, muchos jardines bien cuidados; en San José pocos, y aquí ninguno. En San José fui recibido por todos los soldados que me conocieron y muchos se acercaron a mí con extrema cortesía, haciéndome innumerables preguntas.
Aquí los soldados no me saludan, no hablan conmigo ni con mi personal. Los hombres de la Capitanía de Río Grande tienen apariencia más varonil que los de otras capitanías; son más militares, menos corteses, menos simpáticos; hay más grosería en sus modales. Infinitamente superiores a los españoles, porque la mayoría son de raza blanca pura, pero como su país se parece al de los españoles, deben guardar mucha similitud con estos en sus hábitos. Si dejaran los habitantes del Río Grande entrar en contacto con los indios, y si descuidaran en su educación moral y religiosa, pronto no serán más que gauchos.
El coronel me dijo que sus soldados simpatizaban poco con los paulistas y que aunque en São José había un hospital muy bueno y aquí ninguno, los enfermos preferirían quedarse en este lugar, maltratados, dejarse transportar para allá entre los paulistas, donde serían mejor atendidos.
La distancia entre los habitantes de las dos capitanías y el distanciamiento entre ellos no resulta extraño, dada la total diferencia de costumbres.
Al igual que en San José, hay una gran cantidad de comerciantes en Salto; se ven comercios muy surtidos, con mercaderías baratas. Además del Campamento hay muchas casitas habitadas por indios de todas las regiones, la mayoría vino de Entre Ríos para refugiarse aquí.
Estos hombres viven en la ociosidad, mientras sus mujeres e hijas se prostituyen con los soldados. Estas mujeres les trasmiten enfermedades venéreas, de las cuales no se curan por falta de remedios. Además de eso se sabe que tales enfermedades, trasmitidas al hombre blanco por la India, son mucho más peligrosas que el contagio con una mujer negra o blanca.
Tan pronto como llegué, el coronel me mandó llamar para hablar conmigo, un joven francés, empleado aquí en una tienda. Este joven, sobrino de un rico hombre de negocios de Buenos Aires, hizo venir de Paraguay un cargamento de yerba con el que esperaba ganar un buen dinero. Ramírez queriendo el privilegio exclusivo de ese comercio, y a todos los comerciantes que se entregaban a la misma especulación.
Lo sometió a otros vejámenes, y este joven vino a refugiarse entre los portugueses que le concedieron protección. Como los pormenores relatados por él respecto de Entre Ríos me fueron confirmados por muchas personas, es que lo relato.
Esta provincia vive actualmente en la más terrible anarquía; cada hombre que ejerce cualquier tipo de influencia sobre sus vecinos se llama Capitán, practicando todo tipo de actos prepotentes. Ramírez es considerado el más audaz de estos bandidos, lo detestan y le temen. Sin embargo, es obedecido donde se encuentra; En todas partes se presta obediencia a aquél que en principio se muestra más fuerte.
Reina lo mayor desunión entre los habitantes de este lugar desgraciado. Y si algunos hombres tienen una idea razonable no se atreven a comunicarla a otros, temerosos de que eso les resulte un delito. Los pobladores de la región, cuyo carácter siempre ha sido detestable, han alcanzado el grado máximo de desmoralización. El asesinato es común y se comete a sangre fría, lo cual además ya no se puede considerar un crimen. Se mata a un hombre para sacarle cosas que no valen nada y nadie se asombra. . En medio de tanto desorden, matan los animales de las estancias y los pobladores actualmente están obligados a comer caballos y todos los cuadrúpedos que pueden capturar. Los hombres más sensatos íntimamente desean que los portugueses se apoderen de la región, pero nadie se atreve a expresar tal deseo por temor a ser considerado un traidor.
SALTO, 12 de enero. – A las 4 el termómetro marcaba 29°. Esta mañana, muy temprano, salí a caminar por la orilla del Uruguay; aquí, como en São José está cubierto por una hilera de bosques, siendo los árboles son frondosos, pero espesos, muy altos y constituyen una floresta impenetrable. Siguiendo por la orillas del Río del lado de la desembocadura, llegué al Salto, después de caminar casi un cuarto de legua. Se tendría una idea equivocada del Salto, si se piensa crees que hay una cascada allí, como su nombre pareciera indicar. No se ve otra cosa excepto dos hileras de rocas, un poco distanciadas entre sí, atravesaño el Río en todo su ancho. La de más abajo es casi recta; la otra, oblicua. En ciertos lugares son más bajas y el agua se precipita de dos a tres pies; y en otros, sólo se elevan algunas pulgadas, el l agua en su rápido curso azota las rocas, salta espumosa, las cubre y se extiende lejos. Es sólo hasta allí que el Uruguay es navegable, pero el general Saldanha me dijo que el Gobierno proyectaba construir lateralmente un canal para las tropas estacionadas en la región.
Aunque Portugal no quedase con esta provincia, ese canal también traería muchas ventajas, ya que los habitantes de las Misiones podrían transportar, por vía fluvial, los productos de sus tierras hasta Buenos Aires.
13 de enero. – A la una el termómetro marcaba 28°,5. Hoy no salí, arreglé las plantas, los insectos y, después de mucho trabajo descubrí lo que estaba pasando. Esta mañana el Coronel me mandó llamar para ver algunas indias guaycurúes, que recientemente cruzaron el Uruguay para escapar del hambre. La nación de estas indias había tomado el partido de Artigas, apoyándolo por mucho tiempo. Los Guaycurúes son cristianos, o mejor dicho, bautizados, y no parecen menos civilizados que los guaraníes. Mujeres, con los pies descalzos y la cabeza descubierta, llevan un gran chal sobre los hombros, camisa de algodón en lugar de una falda, un trozo de lana a rayas azules, blancas y rojas que da vuelta y media alrededor del cuerpo y se abrocha en la cintura. Son las propias mujeres guaycurúes que hacen esos tejidos, que los tiñen con las hojas y raíces que conocen. No percibí en la fisonomía de las que estaban en la casa del coronel ningún rasgo que los distinguiera particularmente de otras naciones indígenas. La cabeza redonda, los cabellos negros y muy lisos, la nariz no es muy gruesa, la tez es de un amarillo claro, el rostro bien aburrido. Un recién nacido, llevado por una de estas mujeres, tenía casi el mismo color oscuro de su madre.
Escuché a esas indias conversaron entre ellas y no me gustó su pronunciación, los caracteres del habla, comunes a todas las lenguas indígenas. Sin embargo esta lengua me parece distinta de los demás por una prosodia que no poseen; son más claros los sonidos y menos guturales. La “r” se pronuncia, en verdad de una manera muy exagerada, pero ese rotacismo provoca hasta cierto agrado.
Escribí algunas palabras guaycurúes que dijeron estas mujeres, pero no tuve tiempo de leérselo después, así que no puedo garantizar su exactitud, como de aquellas palabras de otras lenguas indígenas, de las que preparé un vocabulario.
Las tropas reunidas aquí están compuestas por un centenar de paulistas de la legión del regimiento de dragones de Río Grande y de las milicias y de las milicias río Pardo. Los oficiales y soldados demuestran un descontento extremo y convengamos no sin razón; desde hace treinta meses esos hombres no reciben paga. Comí en casa del coronel con muchos oficiales, pero los encontré muy diferentes de los oficiales paulistas. . Estos son generalmente francos, comunicativos; los otros, por el contrario, fríos y hablan poco.
Se asegura aquí que Portugal se levantó completamente contra la Casa de Braganza. Si los brasileños fueran lo suficientemente sabios para no dejarse seducir por este peligroso ejemplo, no perderán absolutamente nada con la separación de Portugal; pero ¿qué será de este reino, abandonado a sí mismo y privado de recursos que aún le proporciona el comercio del Brasil? Las potencias extranjeras utilizarán el pretexto de divisiones internas, inevitables, para interferir en sus negocios y, probablemente no tardará en perder su independencia.