Los vascos en Uruguay

Los vascos en Uruguay

Pedro – Melitón y Manuel Olaizola Inchauspe

El 3 de abril de 1836 fondeaba en la bahía de Montevideo la corbeta francesa La Bonite, permaneciendo en la ciudad hasta el día 28 de ese mes. En ella viajaban los acuarelistas Teodoro Augusto Fisquet ( L’Almirante ) y Enrique Benito Darondeau, autores de varios dibujos de distintos lugares de la capital uruguaya, que entonces contaba con quince mil habitantes. En el diario de viaje de esta expedición, publicado en París, en 1845, se describe una escena bastante dura observada por estos pintores durante su breve estancia.
“De regreso a Montevideo, viniendo en una excursión por sus afueras, los señores Darondeau y Fisquet advirtieron numerosos hombres ocupados en derribar las murallas de la ciudad. Muchos de estos hombres estaban encadenados; eran condenados, a quienes se empleaba en los trabajos públicos. Nuestros viajeros se mostraron sorprendidos al ver entre ellos a varios vascos, a quienes se reconocía por su vestimenta y particularmente por la boina, tocado característico de su país. Como pidieran explicación de este hecho, se les dijo que estos vascos, arribados en gran cantidad para establecerse en el Uruguay, no habiendo podido pagar su pasaje, el gobierno de Montevideo había saldado su cuenta imponiéndoles la obligación de trabajar por su cuenta durante un tiempo”

La primer oleada de emigrantes vascos
La primer oleada oficial: corresponde a la época colonial, entre 1724 y 1811. El periodo que nos interesa esta ubicado entre 1825 y 1860. El censo de Montevideo realizado por Andrés Lamas, constata la presencia de 17.000 franceses en Montevideo, casi todos vascos. Se caracteriza por el arribo masivo de individuos y familias de Iparralde (zona norte’) , junto con contingentes del país vasco peninsular.
La “importación” de vascos
El 24 de septiembre de 1829 Fructuoso Rivera firmó el decreto de demolición de las fortificaciones. Se comenzó en las inmediaciones del Portón de San Pedro y además de varios tramos de muralla, se destruyeron los baluartes de la Ciudadela y se perforó la capilla para facilitar la conexión con extramuros, manteniéndose el cuerpo principal del fuerte, que funcionó como mercado público hasta 1877 cuando desapareció completamente.
Bajo la presidencia de Rivera, inicia una política de fomento a la emigración. La primera disposición se dicta el 26 de agosto de 1834, en virtud de la cual se creaba un fondo de 10.000 pesos para auxiliar a aquellos colonos europeos que voluntariamente deseaban venir al Uruguay, especificando la preferencia por los artesanos y los meros trabajadores o peones, aunque el decreto puntualizaba que dichos auxilios “se aplicasen solamente a sufragar los pasajes, a alojar y alimentar al emigrado por el tiempo que lo necesitare, y con cargo a restitución”

Para llevar a cabo estos planes fue enviado a Europa Francisco Giró, en 1835, realizando una serie de contactos con las autoridades españolas, con escasos resultados prácticos. Posteriormente, otro decreto anunció la cesión y adecuación de terrenos en la zona del Cerro, próxima al puerto de Montevideo, destinados a alojar a los futuros emigrantes.
Estas iniciativas oficiales tuvieron buena acogida por parte de dos hombres de empresa, el inglés Samuel Fisher Lafone y el criollo Juan María Pérez, que supieron agrupar entorno suyo a propietarios de saladeros, comerciantes y estancieros, entre los que se encontraban algunos de origen vasco, como Juan Antonio Porrua, Miguel Oyenard, Antonio Chopitea, José Remigio Picabea, León Zubillaga, Miguel Arizabala, Felipe Estavillo y otros.Lafone propuso al gobierno transportar, en una primera fase, mil emigrantes del País Vasco y Canarias, dando preferencia a los artesanos (canteros, herreros, albañiles, carpinteros, etc.).

Los motivos de los emigrantes
La implantación del servicio militar y la abolición del mayorazgo en Iparralde, la guerra carlista y la industrialización al Sur fueron los resortes que impulsaron a miles de vascos, hombres y mujeres de ambas vertientes a emigrar desde Burdeos, Bayona al Uruguay. Fueron changadores en el puerto, zapateros, carpinteros, albañiles, lecheros, pastores, alambradores, jornaleros en los saladeros y en las fábricas.
Según el estudio de Marenales, la mayor parte de la emigración perteneció a un proletariado rural muy pobre; varones en un 74%, muy jóvenes, aunque también familias enteras.
El “mayorazgo” era una institución jurídica por la que todos los bienes rurales familiares eran heredados por un hijo o tal vez una hija dado que la heredad no podía subdividirse porque sólo podía sostener a un determinado número de habitantes. De esta forma se perpetuaba íntegramente el patrimonio familiar. Los hijos no herederos debían proveerse su sustento dentro o fuera de la localidad y por ello muchos optaron por labrarse su porvenir fuera de la misma. Las causas que impulsaron a los vascos a emigrar en el siglo XlX.

Juan Maria Pérez
Fue entre 1830 y 1840 el hombre más pudiente del país, con una fortuna apreciada en cuatro millones de pesos fuertes.Poseía diecisiete estancias que totalizaban unas setenta mil cuadras en las que realizó ensayos de hacendado progresista en materia de caballos y mulas.

Samuel Fisher Lafone
Los primeros negocios de Lafone en Uruguay se centraron en sucesivas tratativas con el gobierno para promover el proceso de colonización e inmigración. La propuesta de Lafone era reunir un número de 1.000 inmigrantes. El gobierno pagaría 80 patacones por cada inmigrante mayor de catorce años y la mitad por los menores de esa edad; los niños pequeños y los mayores de 65 años quedaban excluidos del pago. La propuesta fue aceptada de inmediato. El gobierno firmó vales a 12, 18 y 24 meses de plazo.
Según el contrato, Lafone podía adquirir tierras de pastoreo, terrenos en el ejido y en la zona costera; el pago se haría en dinero y con los documentos de crédito que poseía a su favor del Estado. Estos negocios interesaron a un grupo de empresarios, entre los que se encontraban Jaime Estrázulas, Francisco Lecocq, Federico Nin Reyes, Cándido Juanicó y Atanasio Aguirre, quienes en 1852 organizaron una Sociedad de Población y Fomento con el fin de promover la agricultura en los ejidos de los pueblos de Canelones, San José, Colonia, Soriano, Durazno, Paysandú, Tacuarembó y Cerro Largo.En Carmelo se estableció una filial denominada Sociedad Agrícola y Filantrópica con un predio de 500 cuadras, instalando a 30 familias.

La Teja
Durante la época de la matanza, de noviembre a marzo, unos doscientos empleados descuartizaban de ochocientas a novecientas cabezas de ganado al día. A principios del siglo XIX los saladeros empezaron a vender también la grasa de los animales – que era empleada en el alumbrado público y la fabricación de velas y jabones – y subproductos como carne ahumada, lenguas saladas, cueros, cornamentas y crines. Samuel Lafone instaló uno en 1840 en La Teja , sobre la bahía de Montevideo, que después de la Guerra Grande (1839- 1851) llegó a faenar 1200 vacunos al día Jiménez de la Espada (Uno de los científicos españoles más importante del siglo XIX) decía que la mayoría de los obreros eran vascos, tocados de boina.

Semi-esclavitud temporaria
El emigrante, antes de embarcar, debía hacer escritura notarial en el país de origen, en el cual garantizaban él y su familia el pago del pasaje al empresario que le recibía en Montevideo. La policía uruguaya tenía plenas facultades para detenerlos por incumplimiento del mismo. Algunos empresarios o contratistas no satisfechos con ello, les hacían firmar un documento adicional, a su llegada al puerto, que les sometía a la condición de auténticos siervos. El profesor uruguayo N. Martínez Díaz ha recogido uno de ellos, que transcribimos a continuación: “Y al cumplimiento de todo lo aquí expresado obligo a mi persona y a la de mi familia, bienes presentes y futuros, dando poder a las justicias competentes y especialmente a la Policía de este departamento por quien se hará visar este documento para que se me apremie su observancia”.
Después que sus buques despachaban los cargamentos en el puerto de la Península a donde iban destinados, dirigían a un punto aislado de la costa, y embarcaban 150, 200 o más pasajeros, sin pasaporte, sin previo contrato, sin otra garantía que las palabras del capitán, y las ofertas, más o menos capciosas, de los agentes de los consignatarios del buque.
Los principales inconvenientes que de esto resultaban era que los infelices colonos se obligaban a pagar sobre cubierta, alimentados y tratados sabe Dios cómo, 150 duros por unpasaje que a lo sumo valdrá 50, teniendo que trabajar cinco o seis años para satisfacerlo, y quedando enteramente a merced de sus explotadores, hasta llenar su compromiso.
.”Arribaban a Montevideo o Buenos Aires; escogían el consignatario los que quería, y los demás, hombres, mujeres y niños, puestos en una barraca a usanza de la que se estila en los bazares mahometanos, pasaban a la servidumbre temporal del primero que satisfacía el importe de su viaje…
La llegada de los vascos a Salto.
El primer barco llegado con el contingente mayor de vascos fue en 1835. En él venían mayormente hombres y muchos de ellos tenían 8 a 15 años. Había algunos que pudiendo pagarse el pasaje quedaron libres en el territorio, permitiendo así convertirse en gente con propiedades, ya que las tierras y el ganado eran muy baratos, o sea que con unos pocos pesos les permitía comprar y así tener un capital importante.
Entre estos y en ese barco llegó Juan Claverie. En 1839 tenía ya una buena extensión de tierras pobladas. En 1840 trae a su yerno, Pascual Harriague. Adolfo Claverie, hijo de Juan, se casó con una hija de Manuel Patulé.

En las décadas de 1850 y 1860 es la llegada masiva de vascos provenientes principalmente de Navarra y Guipúzcoa. Más adelante los de Viscaya y Vitoria.
Muchos vineron por Montevideo y otros por Brasil.
En la década de 1860 llegaron mis bisabuelos José María Olaizola Michelena y Juana Inchauspe Gavirondo con sus hijos: tres mujeres y cuatro varones. Una hija quedó casada en Guipúcoa con Esponda. Primero viajaron a San Borja, Brasil, ya que eran jangaderos. Posteriormente en la década de 1880 se afincaron en Belén, Salto. Las hijas casadas con Zuazú, Olascoaga e Irabuena. Los varones, tres de ellos quedaron en la zona, Manuel, Melitón y mi abuelo Pedro.
Pedro mi abuelo, se casó en primeras nupcias con una belencera: Joaquina Sosa, con quien tuvo siete hijos. Luego se casa con mi abuela Evarista Irigoyen, hija de vasco de Anglet, Bayona. De ese matrimonio nacé mi madre María y Alberto.

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